La memoria no perece si sus ciudades recuerdan.
Las ciudades solo viven si en ellas habitan seres que les doten de pensamientos, hechos, hitos y otros aspectos que dejan en el tiempo una huella. Para nadie es un secreto, que el desarrollo de las civilizaciones ha podido estudiarse en buena medida a través de sus vestigios arquitectónicos, por lo cual, la preservación de estos, aunque pueda hoy pasar desapercibido, nos permite resguardar la idea de que en algún momento, otros pensaron, hicieron y progresaron, antes que nosotros.
El el año 2015 la UNESCO determinó que la cultura es un factor transversal a todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible contemplados en la Agenda 2030,
por lo cual, su plan de trabajo más reciente se enfoca en la necesidad de hacer de la cultura, el epicentro de la estructura y aplicación de políticas públicas.
Siendo así, parece necesario hablar del desarollo de nuestras ciudades desde un aspecto donde se resalte la diversidad cultural como una forma de democratizar la memoria en la sociedad venezolana. Eso implica pues,
desarrollar estrategias para relacionar a los ciudadanos con el patrimonio cultural y su preservación, con lo cual además, se trabaje el sentido de pertenencia y estos encuentren en su cotidianidad, espacios donde estrechar vinculos comunitarios que promuevan la convivencia, el emprendimiento y la sostenibilidad, a través de los atractivos que cada localidad puede encontrar dentro de su propia historia.
Desde el 2006, los venezolanos, han vivido una profunda instrumentalización de los hechos del pasado. Esto signfica que han visto una transformación avasallante de sus localidades más allá de lo económico, lo cual trasciende también a su patrimonio material en el aspecto cultural. En mayor medida pasa con los símbolos y lugares emblemáticos que pertenecen a procesos sociohistóricos relevantes para la comprensión de la configuración actual de la sociedad venezolana. En este sentido, la memoria local, frente a la homogeneidad construida por la globalización, es un factor más importante para el registro de acontecimientos que pueden leerse como hechos aislados, pero que en realidad constituyen un punto esencial para el análisis de los acelerados cambios que vive nuestro mundo.
La distorsión de la memoria personal direcciona irremediablemente a la distorsión de la memoria colectiva nacional. Siendo así, es probable que la destrucción del patrimonio cultural sea orientado a la distorsión de la memoria local y por tanto a la memoria que los ciudadanos pueden hacer de su propio espacio y con esto, de su propia ciudad. Por tanto, la planificación de las políticas enfocadas a la evolución de las ciudadades debe permitirse el respeto por los vestigios del pasado en cualquiera de sus formas, con el fin de promover las prácticas democráticas a través de la diversidad de pensamiento. Es decir, esos restos que dejan hombres y mujeres a través del tiempo, deben servir cómo recordatorio sobre sus anhelos de constituir mejores sociedades.